XVI

En las planicies de la muerte y la vida, la infancia recomienza a cada instante, es el tiempo que no pasa, duración eterna. El círculo en todas partes y en ninguna. Un grupo de niños entra en tromba; se dispersa por el vagón. Cada uno ocupado en lo suyo, arman alboroto, corren gritando, como si se tratara de su jardín del Edén particular. Uno se coge de las barras de los portaequipajes y hace fuerza. Voy a romper el tren por la mitad. Nadie lo duda. Aprieta con fuerza mientras mira el músculo en tensión. El tren, lo voy a romper. Un niño ensimismado se pregunta por el sentido de lo que está viendo. Con una intuición penetrante, que el diseñador jamás poseerá, interpreta que las figuras esquemáticas, que indican las personas con preferencia para sentarse, representan en realidad una serie temporal, una suerte de secuencia narrativa que va de la madre embarazada, y el bebé, al enfermo con muletas y, al final, el anciano. Esto es lo que va a pasar. Concluye. La historia de la vida. Nadie lo duda tampoco. No es una simple serie donde el orden es indiferente; cada figura ocupa el lugar que le corresponde en el tiempo, resumen en imágenes del presente, el pasado y el futuro. Dos niñas están sentadas una al lado de la otra; llevan la misma mochila de "Monster High", la moda del momento, sobre sus rodillas. Juegan al juego de numerar de forma alternativa los diferentes elementos que aparecen en el dibujo. Uno, las cruces. Dos, el corazón. Tres, la cicatriz. Cuatro, la boca. Cinco, los ojos. Seis, el pelo negro. Así pasan el tiempo; hacen pasar el tiempo. De cuando en cuando se detienen, examinan la imagen, buscando nuevos detalles de la niña monstruo. Cansadas de este juego, una pasa un dedo, suavemente, por la palma de la mano de la otra, en círculos, hasta que por sorpresa, le da una palmada. Ríen como si fuera la primera risa en el mundo. Repiten el movimiento con los papeles cambiados. De nuevo las risas. Entonces, otra vez, nadie lo duda. Ninguna duda. Siente un latigazo en su estómago, un aguijonazo mortal, el remolino de la muerte y la vida asciende desde el abismo. Estalla en la retina. Ve y recuerda. Recuerda una mano que también jugaba del mismo modo con la suya. Giraba en su palma con delicadeza. Él la miraba; la escuchaba cantar. Sabía lo que iba a pasar. Y le gustaba. No le importaba saberlo. Quería sentir otra vez, y otra, cómo la palmada señalaba el fin del círculo. Y reía. Y ella también reía. Era todo lo que necesitaban. Querían rehacer el círculo para la eternidad, para siempre. Recuerda la mano que tocaba la suya. Una mano que ya no está en este mundo. Consumida hasta quedar inmóvil. Reino de las manos ausentes. El aire bulle de caricias inmemoriales, risas, llantos y cánticos. Nadie lo duda. El círculo es indestructible. Una palmada lo despierta.