VIII

Los niños rehuyen por instinto la altura media, y no es sólo una cuestión de estatura, forma parte de una estrategia infante para mantener a salvo los secretos, lugar de culto de celebración de los misterios. El escondrijo elegido estará al resguardo de las miradas de los adultos, por encima de su campo de visión, la cabaña en el árbol, el altillo de la casa, arriba de los armarios, o por debajo, a ras del suelo, escondido entre la maleza o debajo de una mesa. El sitio en sí tanto da mientras permita mirar sin ser visto y proporcione una perspectiva diferente de las cosas. El niño quiere ver y vivir en un mundo extremo, alejado de la zona media, demasiado concurrida y aburrida; el túnel, la madriguera, la caverna, no son sino maneras de dar vida e interés al espacio, de dotar de sentido a una existencia que necesita, con urgencia, la aventura, magia y sorpresa que el mundo de los niños del pasado, a medida que creen hacerse mayores, olvida, sepulta y mancilla. La prioridad del lugar único y secreto, refugio seguro, es una de las muchas cosas que los niños comparten con los animales.

VII

La infancia se sitúa en la encrucijada de lo extraño y lo familiar, entre la atracción por lo desconocido y la seguridad de lo conocido, pugna desigual, pues la atmósfera reinante se decanta por un lado de forma visible, hasta que el tiempo decanta las cosas y la función asociada a este estado inestable se colapsa en un sentido u otro, que en su exponente más radical supone o bien la exclusión social o bien la integración sin fisuras. "No hables con extraños" es la fórmula que rubrica esta desconfianza y facilita la construcción de un entorno familiar cerrado e impermeable a las influencias externas, y por extensión, a modo de círculos concéntricos, de toda la sociedad, capa a capa, nivel a nivel, que no impide el recurso a lo desconocido como fuerza auxiliar de contención. Esta ambigüedad de la categoría de lo extraño, en el fondo de lo incategorizable, hace que a la vez permanezca oculto, apartado de la vida cotidiana, pero presente como una amenaza potencial útil en caso necesario. La madre, cansada de intentar que su hija pequeña se esté quieta, le dice como último recurso, señalando a un desconocido: "Mira, este señor vigila a los niños que se portan mal". La atracción de lo desconocido, la fuerza incontrolable que lleva al lugar de todos los secretos, como conciliación del sueño y el deseo, se transforma en su negativo, adopta los tintes del peligro, la valoración moral de malo y actúa en un mismo movimiento de zona de contención y zona peligrosa, prohibido pasar.