VI

Dos niños sentados juntos, cerca de los profesores, uno de baja estatura y el otro más bien regordete, algo taciturnos, y cómo intentando olvidar lo que les aguarda, hablan de los últimos videojuegos del mercado. Enumeran los personajes, describen sus poderes e intercambian información sobre cuál es la mejor estrategia para pasar de pantalla y combatir a cada contrincante. Sobre todo les preocupa "cómo matar al GUSANO", un enemigo formidable y repulsivo con el que se han enfrentado varias veces sin conseguir derrotarlo. Algo bastante humillante. Parece que la solución es construir las propias armas en lugar de utilizar las que vienen dadas. Ante esta posibilidad, el más pequeño de los dos se sorprende: ¿Es posible fabricar las armas que uno quiere? - No exactamente, responde su amigo, hay que recoger las piezas y llevarlas al Herrero para que las ensamble. La mejor arma que he conseguido es una espada larga. Se hace el silencio, el autocar se para; las caras cambian de expresión hasta reflejar temor y angustia. Al bajar con el resto del grupo, otro compañero rodea con un brazo el cuello de niño pequeño mientras le retuerce hacia atrás la mano. Al oído, en voz baja, le susurra: "Cuando quiera puedo romperte el brazo". Los monstruos de la pantalla dejan paso al juego de la crueldad, ritual de dominio y vejación interminable, desde que amanece hasta que la noche cubre el día.