V

Al tomar la curva, el tren oscila en la oscuridad como la cola de una serpiente; las ruedas chirrían, el traqueteo genera un ruido de baja frecuencia, casi narcótico. La niña no oye nada, está absorta mirando al vacío, con cara de aburrimiento, bajo el parpadeo de los fluorescentes. A la salida del túnel, el resplandor de la luz la obliga a cerrar los ojos un breve instante; al volverlos a abrir, medio deslumbrada, señala con el dedo hacia la ventanilla y exclama, sin ocultar su entusiasmo: "Todo esto que está marrón, será verde". Los padres siguen mirando al frente sin pestañear, ni decir palabra, hace tiempo que el mundo ha dejado de ser una sorpresa.

IV

Los niños, y mucho menos los animales, nunca entenderán por qué no tenemos tiempo para jugar, qué puede haber de tanta importancia, más importante que el juego. Las miradas de incredulidad y la sonrisa apenas disimulada, así lo demuestran. El resto del mundo no son sino unos locos laboriosos, a lo sumo algo divertidos o ridículos, siempre ocupados en cosas aburridas, que no llevan a ninguna parte. Cuando algún día lo comprendan, estarán perdidos, ya no habrá nada qué hacer, el mundo dejará de ser un lugar para jugar, una ocasión, y los otros, compañeros de juego. En cambio, la falta de comprensión radical de los animales, imbuidos de lo perceptivo hasta un grado que la especie humana jamás podrá alcanzar, representa su tabla de salvación. Al no comprender en absoluto, no hay nada en la tierra que los pueda condenar; su muerte nunca implica una rendición, una conciencia sometida, viven y mueren libres, incluso en las peores condiciones de cautividad, porque no interiorizan la situación en la que se encuentran, exterioridad pródiga o aniquiladora. El hombre es el único animal esclavo.